miércoles, 13 de agosto de 2008

Perder la cabeza

Paseaba o más bien pasaba, en este pueblo de cien casas blancas, por la calle oscura y al respirar me vino este olor a orégano en flor mezclado con dama de noche. El olor que me hace perder la cabeza...
Me la hizo perder, el primero, el niño de ojos eternos y cristalinos. Que miraba a través de mi pelo, que me quiso sin quererme. De él heredé mi amor por los gatos. Recuerdo aquel montón de tochos en mi espalda, intentado esquivar lo indecible.
Me la hizo perder aún más el niño del pueblo de al lado... Del que recuerdo el tacto de su mano sobre mi espalda y su nombre, poco más ya que estaba borracha de zumo de piña mezclado con fanta de naranja. El orégano hace el resto. Estaba en una feria, de esas de farolillos y cocacola. Demasiado "chica" para decidir si quería volver a verlo.
También me la hizo perder en el callejón oscuro, con su opel vectra del 83 el tipo que con media catalana tenía suficiente. La catalana que era solo para él. Las mil conversaciones intentando aparentar que había leído de seguidilla a Kant de arriba a abajo, que había visto todos los Goyas del mundo y que sabía más que él en matemáticas. Seguramente el primer desencuentro de mi vida.
Perdí la cabeza por el chico grande que no me hizo ni caso en todo el verano, tiernos 15 (o tal vez 17?, siempre he sido muy niña). Me la hizo perder de verdad el militar (un militar! imaginad el poder de la fanta de naranja con el zumo de piña!) que recitaba poemas sobre mis mejillas, peor podrían haber sido las costillas, me dijeron... Y en aquel carrerón oscuro con olor a orégano y dama de noche me la hizo perder el niño aceituna, con la mirada más ardiente que jamás me ha rozado, con mi falda rosa chicle que se enganchaba en todos lados.
Paseaba por aquella callecita y te cogí de la mano... Perdí la cabeza de nuevo.

No hay comentarios: